El Hombre Ajedrez, tatuado para siempre


Buscando noticias me encontré está muy particular, pero interesante: El “Hombre Ajedrez”, una de las personas más tatuadas del mundo, con el 99% de su cuerpo cubierto de tinta, sufre una extraña enfermedad. Tiene el llamado Síndrome de Poland, que le afectó al desarrollo de su pectoral izquierdo, los bíceps y uno de sus riñones. Debido a las malformaciones producidas, comenzó a tatuarse. Efectivamente Matt Gone, el “Hombre Ajedrez”, sufre una enfermedad que afecta a 1 de cada 30.000 nacidos. Como afirma el portal Últimas Noticias, Matt Gone comenzó a tatuarse debido a las malformaciones de su cuerpo. “A los 19 años ya me había tatuado 40 veces. Cuando estoy en el hospital y me están quitando mi orgullo y humanidad, todavía tengo mis tatuajes y aún me amo”. “Médicamente, no es seguro que vaya a vivir hasta una edad muy avanzada”. 
Analizando esta noticia, fácilmente podemos definir que este personaje ama el deporte ciencia y encontró en él la razón para vivir. Qué bueno que cada uno de nosotros llevara tatuada en la conciencia, que es muy importante propiciar espacios para reflexionar sobre proyectos de vida, y uno de esos proyectos es, por ejemplo, crear un buen hábito de vida en torno a la práctica de una disciplina deportiva: Caminar, trotar, montar en bicicleta, nadar … en fin, la invitación es a dar el primer paso para  mejorar la calidad de vida: Una persona que practica deporte, se alimenta bien, descansa convenientemente,  está previniendo un sin número de enfermedades; una persona con estas cualidades, poco hará consultas médicas, por consiguiente no ocupará los lugares en clínicas y hospitales que corresponden a pacientes que sufren de graves enfermedades. En conclusión tendrá una vejez digna. 
La reflexión de hoy ¿Cómo hago para convivir con mis problemas?: Un carpintero me había contratado para que le ayudase a reparar una vieja granja, y ya habíamos terminado nuestro primer día de trabajo. Su cortadora eléctrica se había estropeado y había perdido más de una hora de trabajo en intentar arreglarla; por otro lado, su viejo camión se negaba a arrancar. Mientras lo llevaba a su casa en mi carro, el carpintero se sentó en silencio. Una vez llegamos a su casa, me invitó muy cordialmente a pasar a conocer a su familia.  Mientras nos dirigíamos a la puerta, se detuvo unos instantes frente a un pequeño árbol, tocando las puntas de las ramas con ambas manos.  Cuando la puerta se abrió, ocurrió una sorprendente transformación, su bronceada cara estaba plena de sonrisas. Abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso a su amada esposa. Luego de compartir un refresco con ellos, el carpintero me acompañó a mi carro, y al pasar por el pequeño árbol, sentí la curiosidad de preguntarle acerca de lo que había hecho hacía unos instantes antes de entrar. 
¡Oh! – Exclamó con determinación – Ése que ves allí es mi árbol de los problemas. Como se que no puedo evitar tener problemas en el trabajo, no significa que dichos problemas me los tenga que traer a casa. Lo que es seguro es que los problemas no pertenecen ni a mi casa, ni a mi esposa y mucho menos a mis pequeños hijos.  Así que cada día que vuelvo, justo antes de entrar a la casa, cuelgo todos mis problemas en el árbol. Luego, por la mañana, los recojo otra vez. Lo divertido es – exclamó sonriente – que cuando salgo por la mañana a recogerlos, ni remotamente hay tantos problemas como los que recuerdo haber colgado la noche anterior.

¡¿Que no le hablen en Chino!