IMDER Buga, a recobrar la credibilidad de los Juegos Deportivos ante comunidad educativa


“La credibilidad es como la virginidad: una vez que se pierde, ya no se recupera”. Anónimo

El actual Director de IMDER Buga, Licenciado Héctor Jairo Parra, debe ganar de nuevo la credibilidad entre la comunidad educativa, pues para nadie es un secreto que los juegos deportivos escolares e intercolegiados vienen de “capa caída”  hace bastante tiempo, debido a circunstancias que tocan aspectos tan desagradables como estos: en alguna oportunidad  se acumuló la premiación de tres años consecutivos (los muchachos recibieron la premiación cuando algunos de ellos ya habían salido del colegio); en cuanto a demarcación de escenarios, como canchas de fútbol,  también se presentaron inconvenientes; un aspecto más:  jueces y árbitros que no asistían a los compromisos, mejor dicho una desorganización impresionante de “no te lo puedo creer”.  Esto que acabo de enunciar es sólo una pequeña muestra de los hechos que han ido llenando la copa y que han desencadenado en retiro de colegios de estas justas en plena competencia. Esto debe servir para retomar la senda del orden organizativo, pues el deporte en edades tempranas sirve para educar integralmente al individuo, esperemos que de ahora en adelante sea otro “paseo”. Tengo mucha fe que así será.  
Ahora la reflexión: En la selva del Maluba vivía Muskatá, la mosca que rugía como un león.  Descubrió su particular habilidad siendo muy pequeñita, y cuando se hizo mayor, viajó a las lejanas tierras de Maluba, donde nadie pudiera conocerla. Nada más llegar, lanzó sus temibles rugidos aquí y allí, asustando a todos, haciendo siempre lo mismo, se escondía tras unos matojos y rugía amenazante; luego volaba rápidamente tras la espalda de su víctima y volvía a rugir:- ¡GRRRRAUU!.  Esperando ver un temible león, nadie reparaba en la pequeña mosca, que repetía esta y otras cosas parecidas, al tiempo que se burlaba diciendo: - Jamás me llegarás a ver, soy Rután, el más rápido y fuerte de la selva.- ¿Ves? Podría destrozarte de un zarpazo antes de que te dieras cuenta.- ¿Tienes miedo? Haces bien, porque soy el león más fiero que existe.  Finalmente, aterrorizados, todos los animales terminaron aceptando al león Rután como rey de la selva de Maluba. Muskatá se dedicó entonces a vivir alegremente, tenía todo lo que quería, y cuando algo le faltaba o buscaba diversión, no tenía más que rugir ferozmente y realizar un par de trucos; pero un día apareció por allí Tuga Tuga, una tortuga un poco loca. Según contaban, había estado años trabajando en un circo con los humanos, y aquello la había dejado majareta perdida.  Muskatá no dejó pasar la ocasión de burlarse de la recién llegada, y preparó sus habituales sustos, pero nada más oír los rugidos y amenazas del invisible león, Tuga Tuga comenzó a morirse de la risa... - ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Un león fantasma! Yo conocí un león fantasma,  un burro calvo, y una comadreja coja... ¡qué divertidos eran cuando bailaban! ¡Venga, vamos a bailar, leoncito! Todos los animales se echaron a temblar, llenos de lástima por la pobre Tuga Tuga.  Era la primera vez que alguien se atrevía a tratar así al temible Rután, y seguro que el ferocísimo león no tendría piedad de ella. Muskatá, sin embargo, como no podía morder ni golpear a la tortuga, no tenía otro remedio que seguir rugiendo y amenazando. Pero la loca tortuga seguía riendo, sin hacer caso de las furiosas advertencias del león. En unos minutos, quedó claro que el león no iba a hacerle nada de lo que decía, y un atrevido pajarillo se unió a los chistes de Tuga Tuga sobre el león.  Muskatá también trató de asustar al pajarillo con sus amenazas, pero tampoco pudo cumplir nada, y poco a poco otros animales se fueron uniendo al grupo de burlones.  Finalmente, todos se reían del invisible Rután, llamándole cosas como: “el león que asustaba, pero no mordía”, “un rey con mucho rugido y pocas nueces” o “el gran león rey fantasma, ése que nunca hace nada”... Y así acabaron los felices días de Muskatá, la mosca que rugía, que amenazó y mintió tanto, tanto, que cuando llegó el momento de cumplirlo, no podía. 
Autor. Pedro Pablo Sacristán.

¡¿Que no le hablen en Chino!